La vuelta al cole despertó todos los miedos de padres y comunidad educativa que nunca se habían enfrentado a un compañero de pupitre como la covid-19. Con protocolos cambiantes en las primeas semanas y la incertidumbre de cuánto tardarían en comenzar a cerrar se las aulas dio inicio el curso 2020-2021.
En La Salle Burgos llegaron pronto las primeras aulas cerradas, apenas en la primera semana del curso, pero después, pocos han sido los alumnos que han tenido que hacer cuarentena en casa. Sin embargo, la realidad de su centro ha cambiado tanto que poco tiene que ver con lo que venían haciendo desde hace años y que con tanto ahínco defienden, el trabajo colaborativo en las aulas. Ahora, las clases magistrales más propias de otras épocas han llegado para quedarse, al menos un tiempo, mientras, profesores y alumnos anhelan poder interactuar y recordar cómo es sonreír sin que las mascarillas les oculten la cara.
Este curso está siendo un reto para la comunidad educativa, María Ávila, la jefa de estudios de infantil y primaria lo sabe bien. «Para empezar, además de los protocolos, hemos tenido que adaptar las entradas, antes entraban todos a la vez y ahora lo hacen de manera escalonada a diferentes horas y por diferentes puertas», explica. Además, las familias no pueden acceder al centro, solo las de los más pequeños y hasta una zona delimitada.
Al llegar a clase los niños se echan gel en las manos, una acción que repetirán de numerosas ocasiones a lo largo del día: antes y después de ir al baño, al salir y entrar del patio, en el comedor. El patio también está dividido, por zonas y por horarios, algo que hasta ahora nunca se había hecho. «No pueden jugar al balón, a veces pintan con unas tizas que les damos. Pero los niños son los que mejor se han adaptado», asegura.
Las aulas de los grupos burbujas están en el mismo pasillo, para limitar el movimiento de personas que acceden a él. Algo parecido ocurre con los baños, cada clase tiene el suyo asignado.
María Ávila también ha tenido que hacer malabares para poder cuadrar los horarios de los profesores. «Intenté que los dos cursos de primero compartieran los profesores y que estos profesores solo fueran para este curso y mantener la burbuja. El mayor de los problemas ha llegado con las bajas de los profesores. Bajas por covid han sido las mínimas, pero al llegar las bajas no nos ha quedado más remedio que cubrirlas entre nosotros porque no nos llegó nadie de refuerzo», lamenta.
Además de todo esto está la carga del papeleo derivado de la pandemia. «Cuando confinamos las dos primeras clases, que fueron las de mis hijas, fue un agobio, porque el papeleo que hay que presentar es impresionante. Ahora estoy tranquila, porque no estamos teniendo casos», celebra María.
La relación con las familias se ha intensificado, los positivos o contactos con positivos se comunican a cualquier hora para activar los protocolos. Sus dudas también se han ido reduciendo, lo que ha agilizado el trabajo del equipo directivo.
La sala covid ha tenido que ser utilizada en alguna ocasión al detectar algún niño con síntomas de alguna enfermedad, porque como los profesores recuerdan, quienes deben diagnosticar no son ellos. En esos caso se avisa a la familia que pasa a recoger al niño. Raúl Rojo, director del centro, destaca la colaboración de las familias: «Enseguida nos han avisado, la relación que tenemos con ellos es buena».
Uno de los rostros más conocidos en el centro es el del Teresa, miembro del equipo covid y que desde recepción permanece vigilante a que todo esté orden. «La relación con las familias es toda por teléfono o por email, siempre nos hemos caracterizado por tener mucha cercanía con ellos y ahora no se puede», lamenta.
El protocolo covid establece que las familias deben avisar al centro de los positivos, contactos con positivos o sospechas. «Antes también avisaban cuando un niño estaba enfermo y no venía, la diferencia es que ahora te explican más, sí noto que te dan más explicaciones, parecemos también un centro de salud», cuenta Teresa.
Además, los protocolos de la Junta de Castilla y León conlleva pedir unos datos a las familias que hace que aunque la cercanía sea menor la complicidad aumente. Cuando surge un positivo en un aula, como les ocurrió en la primera semana en primero de infantil, comienza a funcionar el engranaje del equipo covid. «Tuvimos que llamar a todas las familias esa misma mañana para pedirles que viniesen a buscar a los niños y que ya no les podían traer por la tarde», explica. «Se les hizo la PCR a toda la clase y luego estuvieron de cuarentena los 14 días que marcaba el protocolo en ese momento. Ningún niño dio positivo, aunque de primeras todos nos asustamos y fue un poco caótico», recuerda.
El paisaje en La Salle ha cambiado de manera radical desde que en marzo de 2020 apareciese el coronavirus. Los diferentes estamentos de la comunidad educativa se vuelcan para que el día a día no se vea alterado por casos positivos.
Después llegaron otros dos positivos en otros dos grupos burbuja, en ese caso tampoco hubo más contagiados y la experiencia ayudó a que fuera mucho más sencillo organizar todo. «Hemos actuado de manera muy diligente, la primera vez era un viernes, nos tocó quedarnos por la tarde fuera de nuestro horario porque hay que actuar con rapidez, hay que ser muy ágiles. Cuando nos avisan se avisa al equipo covid y la comisión se pone en contacto con la familia y recuerda que no tiene que venir a clase para nada. Si es una clase burbuja se avisa al resto de familias y ahí comienza la cuarentena. Si no es un curso burbuja nos toca investigar quién puede haber tenido un contacto más estrecho con ese alumno», cuenta el director.
Pero, como explica Teresa, «en el centro no hemos tenido contagios». «Se ha cumplido el protocolo, incluso avisando a los padres a las 00:00 de la noche», ahonda el director. Si en algo coinciden todos, es en que los alumnos, desde los más pequeños a los mayores del centro, «lo están haciendo muy bien y se han adaptado a los protocolos sin problemas».
Sin embargo, algo que preocupa a Raúl Rojo son las posibles secuelas psicológicas. «Hemos tenido que cambiar nuestras dinámicas, el día a día es lo antipedagógico y no sabemos qué consecuencias va a tener a nivel emocional. Y tenemos también algún caso de covid recurrente, niños que quieren volver al colegio pero que tienen un cansancio constante, que les cuesta mantener la atención y que aunque lo están intentando no pueden. Les vamos a ayudar en todo lo que podamos», sentencia.
La covid ha cambiado la forma de ir al colegio. También la de los niños que acuden al comedor. De eso sabe mucho Patricia Pascual, la responsable de Seresca Cátering. «Para respetar la distancia de dos metros mínimo entre niños hemos tenido que organizar dos turnos de comida. Además no tenemos línea de autoservicio, este año son las propias monitoras las que sirven uno a uno a los niños la comida», explica.
No es el único cambio, los grupos burbuja deben mantener también su burbuja a la hora de comer, por ello comen en su mesa, sin contacto con otros niños y con dos metros metros de distancia entre las mesas de un grupo y otro. En el comedor tienen también una mesa para los hermanos de niños que están haciendo cuarentena por sospecha de covid.
La higiene también ha cambiado a la hora de comer: «Los niños entran, se lavan las manos y luego se les higieniza en la mesa. Cada vez que salen al baño se desinfecta el baño y se les vuelve a lavar las manos y se les higieniza. Lo mismo cuando acaban de comer y pasan al aula».
La ausencia de extraescolares complica también la actividad en el colegio, porque hasta la hora de volver a clase los niños deben estar entretenidos pero sin poder jugar y compartir materiales entre ellos. Habitualmente ese era el horario de las actividades extraescolares.
El servicio de limpieza también ha sufrido cambios. El centro ha reforzado al equipo con una persona más para que en el horario de mediodía se puedan limpiar todas las aulas antes de la vuelta para las clases de la tarde. «Además, siempre hay una persona en el centro escolar haciendo la limpieza de los baños, que es algo nuevo y que está funcionando muy bien y que está ayudado por los profesores de los más pequeñines que desinfectan cuando es necesario», afirma el director.
El comedor también se desinfecta entre cambio de turnos, las sillas y las mesas se limpian a conciencia y se abren las ventanas. Además, con el medidor de CO2 que dispone el centro se controla cuándo es necesario ventilar, «aunque nuestros registros siempre son bajos».
Alrededor de 140 niños pasan cada día por el comedor del colegio, un número que este curso ha descendido de los 230 niños habituales del año pasado. «Hay padres que tienen más miedo o recelo, pero aquí intentamos dar el mejor servicio y los datos nos avalan porque no hemos tenido ningún contagio en el comedor», finaliza Patricia Pascual.
Puedes leer el resto del reportaje en los siguientes enlaces:
- “Por mí y por todos mis compañeros”
- “Tenemos miedo a que nos confinen, aunque sean dos semanas”
- “Hay niños que con 9 años pueden seguir una clase con herramientas digitales”